Las cooperativas en comunidades rurales no solo impulsan la economía local, sino que también fortalecen el tejido social y fomentan la autonomía comunitaria. Contribuyen a la educación mediante la capacitación de sus miembros, promueven la equidad de género al incluir a mujeres en la toma de decisiones y facilitan el acceso a servicios básicos como salud y financiamiento. Además, incentivan la producción sostenible y la conservación del medioambiente. Sin embargo, la falta de reconocimiento del cooperativismo como motor de desarrollo persiste debido a la preferencia por modelos económicos convencionales, la limitada visibilidad en políticas públicas y la falta de apoyo financiero. También influyen prejuicios que asocian a las cooperativas con estructuras informales o ineficientes, a pesar de su impacto positivo en el bienestar comunitario.
Alejandra Vásquez