Las principales prácticas ecológicas que contribuyen a la sostenibilidad agrícola incluyen la rotación de cultivos, que mejora la salud del suelo y reduce la incidencia de plagas y enfermedades; el uso de abonos orgánicos, como compost o estiércol, que enriquecen el suelo con nutrientes naturales; y el manejo integrado de plagas, que combina métodos biológicos y culturales para controlar plagas sin recurrir a químicos dañinos. Además, la agricultura de conservación, que implica prácticas como la siembra directa y el uso de coberturas vegetales, minimiza la erosión del suelo y retiene la humedad, mientras que la agroforestería, que combina árboles y cultivos, fomenta la biodiversidad y mejora los microclimas. Estas prácticas no solo preservan los recursos naturales y reducen el impacto ambiental, sino que también fortalecen la resiliencia de los sistemas agrícolas frente al cambio climático, asegurando su productividad a largo plazo.